AUTORRETRATO
'Me miré al espejo y empecé a pintar", dijo Oswaldo
Guayasamín, en 1996, cuando explicaba cómo había hecho
su tercer autorretrato, aquel que se exhibe, ahora, en la
galería "Ufizzi", de Florencia.
En esa ocasión, le bastó una hora y cuarto para verse
a sí mismo y no dormir durante una semana. Y es que
pintar a otros (Fidel Castro, Carolina de Mónaco, el rey
de España, entre más de 600 personajes) no le resultaba
tan angustiante. Pero "cuando se trata de un
autorretrato me da miedo, todos tenemos esa parte oculta
que es difícil de reflejar".
En ese reflejo, Guayasamín, seguramente, se veía
entre las grietas de la piel, las arrugas de las manos, la
ternura y dureza de su rostro.
En ese espejo, recrearía al hombre que, a pesar de la
diabetes y de la pérdida paulatina de la visión, se
sentía fuerte. "He sido siempre un buen tomador de
vino, y eso es como un veneno para mi mal, pero me siento
bien y con ánimos de seguir pintando el resto de mi vida".
En la mirada a sí mismo, mientras boceteaba su
autorretrato, pensaría en su pintura y en su corazón...
el de los amores. "Ahora estoy en el descanso del
guerrero", dijo hace poco.
En el óleo, reconocería el camino de las lágrimas,
el "Huacayñán", y "La Edad de la
Ira".
Se
identificaría, en cada paletazo, con la protesta y la
denuncia social, para retratarse con rabia, para llamar,
desde sus trazos, a una sociedad más justa y a una vida
mejor para los desposeídos.
Recordaría, en cada color, su origen mestizo (aunque
siempre afirmaba ser indio) y su casona del populoso
barrio de La Tola, en donde nació.
Guayasamín seguiría mezclando los aceites, mientras
repetía que "este siglo es el peor de los siglos que
el hombre ha vivido sobre la Tierra, porque no cesa la
matanza sin límites de personas".
Pues sí, hacerse un perfil no resultaría tan fácil.
Allí develaría, a viva voz, su afinidad con la izquierda
política, su "fidelísimo", su defensa por los
derechos humanos.
El espejo comenzaría a empañarse, de tanto respirar
frente a él, y entonces tropezaría, en su memoria, con
el muralismo mexicano, con Orozco, su maestro.
Casi a punto de terminar, en el lienzo, se auto
definiría como un buen amigo, fumador, amante de los
pasillos, charlatán y magnífico narrador de historias.
Y antes de poner la firma en su autorretrato, hubiera
querido ver inaugurada la "Capilla del hombre".
Hubiera querido terminar de pintar los murales que la
cobijarían, concluir la historia de América Latina y
cerrar el círculo de su propia vida.
Pero el espejo se rompió. Se hizo trizas.
'Ahora esta enterrado, quiero decir, viviendo
bajo mi corazón'
Las manos de Guayasamín, como las de sus personajes, eran
agrietas, caladas de surcos
Por Renata Egüez S. - Editora de Cultura - Diario HOY
Ecuador
La
Capilla del Hombre
La Capilla del Hombre es una respuesta a la necesidad
de rendir culto al ser humano, a sus pueblos, a su
identidad.
El complejo arquitectónico lo forman dos edificaciones,
una de ellas -la Capilla- de dos plantas y un subsuelo en
las que Guayasamín planeaba pintar un enorme conjunto de
murales sobre la odisea del Hombre Latinoamericano, desde
su mundo ancestral precolombino y su evolución hasta l
mestizaje contemporáneo.
Se trata de evocar el destino de toda América Latina,
de México a la Patagonia, desde la época precolombina
representada por las culturas maya-quiché, azteca, inca y
otras locales hasta nuestros días. En amplias salas cada
tema estará expresado en murales en espacios
arquitectónicos, es decir, con elementos que sobresalen
de la superficie y otros cavados en la pared.
En la "Capilla del Hombre" hay una identidad
con los pobres de la tierra: los pueblos discriminados,
las mujeres, los niños, las víctimas de las guerras y
las torturas de toda especie. Será una defensa viviente
de los Derechos Humanos y testimonio de amor a la
humanidad.
Guayasamín muere el 10 de marzo de 1999. Es designado
ese mismo año "Pintor de Ibero América" por la
IX cumbre de jefes de estado.
Recopilado por Gabriel Gross
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